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Hoy es 3 de enero. Vine hace unos días a Cadaqués. Es el lugar donde más recuerdo.Y eso que yo tengo mala memoria. Este mismo suelo lo pisó también tu madre unos días y sus paredes guardan los libros que habéis escrito los Grande Aguirre. Hace justo un par de días rememorábamos con mi padre y mi hermano, vivencias con vuestra familia. Y ayer por la noche, me enteré por las redes sociales que te has muerto. Busqué y busqué por internet como ciega que quiere leer que es mentira. Todavía no he escrito nada en Facebook sobre tu muerte. No he atinado a compartir un poema o a hacer un juego de palabras que rime con tu primer apellido y que además describa tu persona. Siempre admiré tu coraje, estando siempre dentro del círculo de Alenza, pero escribiendo tus propios pensamientos y poemas. No sé si tendré un día la valentía o es que carezco del talento. Hace tiempo que creo que igual en vez de un libro de poemas, voy a escribir un libro de recuerdos. Ahora pienso que me hubiera gustado leer los tuyos.
Mis últimas muertes cercanas me han encontrado en México, donde he vivido los últimos 6 años. Al no haber podido asistir a ningún funeral, la despedida se me queda suspendida un tiempo, y luego se me pasa y la persona no se me muere y siento mucha extrañeza. He ido a buscar tus últimas palabras. He buscado en messenger, y mi último mensaje era para darte el pésame por la muerte de Paca. Me he culpado por llevar tanto tiempo sin saber de tí. Qué absurda esta vida que conlleva la muerte.
Mi padre ha llamado a Mestre devastado, justo decía que habíais comentado una foto que había colgado él hace unos días, en la que salimos con mi hija y mis hermanos. Quizá cuando vosotros comentábais la foto, fue justo cuando nosotros nos acordamos de vosotros. Fue nuestro último pensamiento cruzado. O no, y qué importa ahora. Las redes sociales me enfurecen. Parece que cuando muere alguien se crea una autopista de doble sentido en la que en un carril se adelanta la gente para ver quién era más cercano y está más de luto, y en el otro va la gente conocida de las plañideras que no saben de quién se trata. Si supiéramos que alguien se va a morir justo un día antes de su muerte, seguro que todos mandaríamos mensajes. Aprovecharíamos para asegurarnos de decir aquello que uno se queda con ganas de decir cuando sabe que ha llegado tarde y ya no tiene remedio. Esas palabras que guardas en el estómago, junto a la rabia que se descompone por la culpa. ¿Qué te hubiera escrito yo? De haberme contestado, seguro que hubiera sido una respuesta precisa, para leer al menos dos veces, con un punto de melancolía y llena de ternura.
Guadalupe, yo no estoy de luto por tu muerte, pero siento una profunda tristeza que no tiene asociado ningún emoticono, ni está categorizada en los únicos 10 sentimientos que te enseñan a nombrar cuando aprendes un idioma. Seguro que tu tendrías las palabras necesarias para nombrar cómo me siento y que yo no puedo escribirte.
Cuando fui como poeta a la Fundación Rafael Alberti apenas cumplida la mayoría de edad, tú me defendiste, como hermana mayor de genética poética, que ya habrías pasado por el insulto bien intencionado de los que confunden las moléculas literarias con la memoria de la piel propia.
Te pusiste a mi lado como Juana de Arco, y no sé si hicieron falta palabras para que entendieran que debían callar si lo que seguía no podía mejorar tu explicativo silencio. Me miraste con esos ojos contenedores de otras vidas y me dijiste algo así como “tú no necesitas ni antepasados ni apócrifos” para tener mi propia identidad, entendí.
Las dos últimas veces que te vi, fueron en el velatorio de tu padre, en el que salimos a fumar las dos juntas y luego en vuestra casa, comí contigo y con Paca antes de irme a México. De algún modo pensé que era la última vez que vería a tu madre, pero nunca pensé que a ti también. Os recuerdo a las dos en el patio de casa de mi madre, recuerdo poco más que el olor, una vez que vinisteis a Barcelona. Desde pequeña me parecía que tu madre recitaba como quién cuenta un cuento, aunque este sea de Rulfo. No importa la gravedad del asunto si se lee como lo leía tu madre. Tú siempre leíste con solemnidad. Siento que tu espíritu antiguo, sabio por experiencia, tenía esa sensibilidad de Pepe (Hierro), incapaz de ser impermeable al horror del telediario. Almas, pocas, incapaces de seguir la comida frente a la barbarie. Dicen que por supervivencia no asimilamos todas las tragedias de este mundo. Nunca supe qué habían visto tus ojos, qué los había tornado tan negros.
Siempre te dirigiste a mí, “Jahel, linda…”. Podría distinguir tu voz en tono de abrazo entre cientos de poemas.
Jahel Virallonga
Cadaqués, 3 de enero de 2021
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